Volveré Mañana.
Desde el escritorio de George Barnard – 16/11/2019.
Hubo una época, alrededor de 2003 o 2004, cuando estaba viviendo solo y acostumbraba a hacer algunas de mis compras en la franja, unas pocas cuadras de tiendas ‘esenciales’ en una transitada autopista cercana. A menudo ordenaba pescado y papas fritas, pagaba por ellos y rápidamente me iba a vaciar mi casilla de correo, y tal vez comprar algo de pan y queso.
El hombre de Asia oriental en la tienda de pescado, llamado Harry, me preguntaba cada vez, cuándo volvería para comer. Muy pronto sabría que me tomaba solo unos pocos minutos. Después de algunas semanas le dije “Regresaré antes de mañana”. Más tarde se convirtió en “Volveré mañana”, o él decía “¿Mañana?” y reía. Le alegraba el día nuestra diversión.
Ya avanzada la mañana, un día entré a su tienda vacía. No había nadie esperando su orden. Harry estaba detrás del mostrador y justo antes de entregarle su dinero, de repente noté que alguien había aparecido justo detrás de mí, a solo ocho pies de distancia, bellamente vestida, una pequeña niña sonriéndome. Me volví hacia Harry, le entregué un billete de cinco dólares y le dije “¡De seguro mañana!” Luego me volví hacia atrás, hacia la dulce pequeña bien vestida, y la miré por medio segundo más. Ella me sonreía de oreja a oreja, con aspecto angelical, aparentemente sabiendo lo que mis palabras a Harry significaban. ¡Escalofriante!
Le guiñé un ojo y le devolví la sonrisa y rápidamente me fui de ahí hacia el correo, pero en la puerta de salida miré para atrás a verla, todavía desconcertado. ¡Ella había desaparecido! ¿Tragada por el amplio suelo de baldosas? ¿Disuelta en el aceitoso olor de la tienda de pescado? No había ningún lugar por donde ella pudiera irse, ni tiempo para que ella se fuera a ningún lugar, y Harry probablemente podría no haberla visto. Él todavía tenía su nariz apuntada a la caja registradora. ¡Sucedió tan rápido! Imaginé que podría tener cuatro o cinco años como mucho, tal vez la hija de algunos turistas alemanes, a juzgar por su llamativo atuendo. Estaba vestida demasiado abrigada para el clima de Australia, pero ¿dónde estaban sus padres?
Miré arriba y abajo de la calle, pero no había nadie que pudiera pertenecer a esa encantadora niña… un misterio.
Las memorias de ese encuentro inusual entraron y salieron de mi mente durante algunas semanas, más allá de ese encuentro momentáneo. Luego, por fin, las memorias de los pequeños como ella, llegaron a través de mi brumoso recuerdo infantil de “niños” cuyos pequeños pies no dejaban huellas en la blanda arena.
Y solo es un pequeño pensamiento de George Barnard.
Traducido por Silvia Adriana Cohane.
© Grupo de Progreso 11:11.
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